La casa tiene un gran poder curativo, capaz de conectar entre sí los diversos aspectos, físicos, psíquicos y espirituales, que, si se gestionan juntos, contribuyen a determinar el bienestar de la persona y de la familia y permiten encontrar los recursos para enfrentar los problemas de cada día.
Vivir , estudiar y trabajar en un ambiente que nos haga sentir bien se ha convertido ya en un tema de sostenibilidad . Y nos dimos cuenta durante los meses de pandemia, en los que la “casa interior” y la “casa exterior” terminaron por coincidir: esto ciertamente implicó algunas dificultades en la gestión de las relaciones de proximidad , pero también ofreció la oportunidad de desarrollar nuevas « competencias comunitarias ».
Sabemos perfectamente que el ambiente externo condiciona nuestro estado de ánimo , pero también podemos aprender a trabajar en nosotros mismos, para hacer más fecundo y acogedor el ambiente que nos rodea. De este modo, la casa y, más en general, el contexto en el que se vive, se estudia y se trabaja se convierte en una representación simbólica de nuestro estado interior.
Y nos daremos cuenta de que será imposible vivir en un espacio desorganizado y congestionado y estar serenos , centrados y eficientes .